
Despertó en un lugar áspero, oscuro, tumbado en un camastro duro, incómodo. No sabía. No recordaba. Ladeó ligeramente su cabeza y pudo ver un retrete sucio, muy sucio, que despedía un olor repulsivo. A su lado había una vieja y destartalada mesa y, encima de ella ¿qué había encima de la mesa? No podía distinguirlo. Se irguió un poco y observó. Cucarachas. Huidizas y repugnantes cucarachas correteaban alegremente encima de la mesa. No sabía. No recordaba. Terminó de levantarse e intentó conocer dónde se hallaba. Y entonces comprendió. Vio los barrotes en la ventana y supo dónde se encontraba: en la cárcel. No sabía. No recordaba.
Le acusaron y juzgaron por un crimen que él aseguraba no haber cometido y ahora, sentado en el banquillo de los acusados, esperaba el resultado del juicio. El veredicto no se hizo esperar. Los miembros del jurado entraron en la sala y, uno a uno, fueron dando la resolución. CULPABLE. CULPABLE. CULPABLE. No sabía. No recordaba. De nada sirvió contratar a los mejores abogados del estado, la condena iba a ser ejecutada: pena de muerte, la silla eléctrica. Ya estaba todo listo: su cabeza había sido rapada y un sacerdote le había absuelto de todos sus pecados. Le condujeron a una extraña habitación, vacía, a excepción de la silla que se hallaba en el centro del cuarto. Le sentaron a ella y sujetaron sus brazos, piernas y cabeza, dejándole completamente inmovilizado. Sus ojos fueron vendados y presintió que su fin estaba próximo. Empezó a rezar en el momento que el alcaide de la prisión dio orden de iniciar su ejecución y entonces, cuando un sudor frío se deslizó por su frente, cuando sintió una aguda descarga eléctrica recorrer todo su cuerpo, entonces, en ese mismo instante, recordó…
© DOLORS
1 comentari:
Que inquietant Dolors, m'ha agradat molt.
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