divendres, 14 de novembre del 2008

RELOJES

Cuando nació mi madre alguien le dio cuerda al reloj de la desesperación y la angustia y desde entonces ella no ha dejado de padecer. A veces pienso que no dejará de sufrir ni cuando muera.
Cuando era joven estaba convencido de la injusticia que se había cometido con ella. Me parecía que había caído una maldición sobre ella, que sobre sus espaldas recaía el dolor y el miedo de todas las mujeres del mundo. En cada herida en la piel, en cada laceración de su cuerpo, en cada lágrima derramada, en cada gota de sangre amoratada, en cada mirada asustada, estaban representadas las víctimas del odio y la crueldad humana. En un ciclo sin fin, las desgracias son una constante inacabable en sus vidas.
Yo no podía creer que todo su dolor fuera fruto de la mala suerte. Me preguntaba si mi madre alguna vez había luchado contra sus desdichadas circunstancias o si ni siquiera lo había intentado. ¿Quién la empujó como una pelota por la pendiente de la fatalidad hacia un infierno en vida?
Su madre la trajo al mundo y nada más. ¿Dónde estaba el cariño natural que se supone para una hija? Lejos, supongo, si es que alguna vez lo tuvo. Probablemente lo perdió en los campos arrasados por la pobreza y la aridez extrema de la posguerra, o en las casas de sus tías donde trabajó como esclava y también se le escatimó el amor de la madre.
Paradójicamente, en aquellos campos, casi yermos, abrasados por el sol en verano (mucho mejor que enfrentarse al frío extremo en invierno con escasez de ropa - chanclas sin calcetines y bragas de tela de saco era su equipo para combatirlo-), mi madre era feliz porque estaba lejos de su madre, de su casa, de los golpes, de los bocados maternos y los pellizcos, de las palizas por el simple pecado de limpiar y ordenar la choza donde vivía la familia. Porque su casa era en verdad una miserable choza. Era una casita de adobe, sin baldosas, donde barrer es inútil porque no haces más que levantar la tierra y el polvo que se deposita inmisericorde en los cuatro vasos contados y en las dos sartenes que colgaban de la pared. Y como muebles tenían una mesa, cuatro destartaladas sillas y unos colchones de paja, uno para sus padres y otro para ella y sus dos hermanas.
Acompañaba a su padre cuando este salía a cazar una perdiz o un conejo con mucha suerte. Mientras se ocultaba en unos matorrales esperando pacientemente la vuelta de su padre con la pieza bajo el brazo nadie le pegaba. Podía dar rienda suelta a la fantasía cuando se refrescaba bajo la sombra de un árbol, reposando ese cuerpo escuálido de niña de siete años. Aunque estuviera exhausta tras una agotadora jornada recogiendo los melones que había sembrado su padre, su corazón estaba en paz porque su padre le explicaba una historia tras otra, la apretaba contra sí en un gesto amoroso del padre que no sabía protegerla de la furia materna porque tampoco sabía protegerse a sí mismo.
Creo que eso fue lo más cerca que ha estado de la felicidad y de la infancia.
Porque la lista de las personas que le pegaron empezó con su madre y no sé si ya se ha cerrado.
Es raro, nunca ha dejado de buscar y nunca ha encontrado. Felicidad, amor, comprensión. Miro a mi madre mientras dibuja cuadros al óleo con un estilo inconfundiblemente infantil y un orgullo malentendido. Incapaz de asumir la realidad, busca una vez más la alabanza y la admiración de los demás. Si creyera en su intencionalidad consciente creería que intenta ganarle una partida al destino.
Quienes la han visto luchar con tenacidad por sus hijos pueden pensar que están ante la caricatura de una gran mujer. Pero lo mejor que yo puedo pensar es que estoy ante aquella niña que nació sufriendo y no supo o no pudo ser feliz, porque si no, no sería capaz ni de compadecerme. Pero este pensamiento no me tranquiliza. Envejece ante mis ojos y el tic tac del sufrimiento no tiene intención de detenerse. Si por ventura alguien le diera cuerda al reloj de la alegría creo que con gusto la perdonaría.

© MIQUEL

3 comentaris:

BECKETT ha dit...

Enhorabona Miquel, els teus relats tenen una sensensibilitat especial, una manera diferent de veure les coses i amb aquesta història has aconseguit parar el temps.

Anònim ha dit...

BONIC, MOLT BONIC. L'HE TROBAT MOLT TENDRE I SENSIBLE

mia ha dit...

Miquel perquè no penjes el del pres? em va agradar molt.
Aquest també!