Estaban efectivamente de cambios. Ciertas elecciones internas seguían su curso. Y en aquél ambiente opresivo, casi todas las almas deseaban movimiento, una etérea subida, alcanzar el reconocimiento de los demás, fruta exquisita sólo destinada a los más exigentes, a quienes podían aportar la excelencia. Paco, no sólo contaba con la solidez y el aplomo, sus mejores armas, tenía un vasto conocimiento, y se sabía de memoria no sólo los nombres de todos y cada uno de los componentes de la comunidad sino que además conocía a la perfección sus puntos fuertes y, cómo no, los débiles, siempre debidamente informado por su propio “ejército” interno, con lo cual, tenía todas las de ganar. Seguro de sí mismo y de adónde quería llegar –a lo más alto- encaminaba sus pasos con firmeza y decisión.
Javier podía dudar, pero no se podía categorizar a sí mismo como a un ingenuo desconocedor de la realidad que le cercaba, un círculo amable y, a su vez opresor, que le impedía comunicarse con el exterior, con el otro mundo, aquél que no tenía el apoyo de los hermanos. Se le pasó por la mente claro que dicha nota sólo podía significar dos cosas. Una: que hubo un error en cuanto al destinatario, que, para su propia tranquilidad, era un pensamiento más que recomendable, el cual le aportaría la serenidad temporalmente desaparecida que requería. En cuanto a la segunda opción, no le gustaba tanto: había alguien claramente interesado en usurparle su puesto actual o que pensaba que él tenía suficientes dotes cómo para ocupar uno superior fervientemente deseado por el mencionado sujeto y eso, seguro, tenía relación con el proceso electoral que se estaba llevando a cabo.
Algo de ello salió a la luz aquella clara mañana de mayo, cuando ya había algunos árboles en flor, aportando, si cabía, más belleza al claustro. Se encontró a Julián colgado bajo uno de ellos. Qué espanto! Un joven tan apuesto, tan preparado, siempre dispuesto a llevar los recados de mensajería interna. “Desaprovechado” pensó Paco. Tuvo que vararle, se hubiera ido de la lengua, tan joven y apasionado, y a la vez, tan estricto con sus rezos, con sus obligaciones. En cuanto al resultado de las elecciones, Dios diría…
Javier podía dudar, pero no se podía categorizar a sí mismo como a un ingenuo desconocedor de la realidad que le cercaba, un círculo amable y, a su vez opresor, que le impedía comunicarse con el exterior, con el otro mundo, aquél que no tenía el apoyo de los hermanos. Se le pasó por la mente claro que dicha nota sólo podía significar dos cosas. Una: que hubo un error en cuanto al destinatario, que, para su propia tranquilidad, era un pensamiento más que recomendable, el cual le aportaría la serenidad temporalmente desaparecida que requería. En cuanto a la segunda opción, no le gustaba tanto: había alguien claramente interesado en usurparle su puesto actual o que pensaba que él tenía suficientes dotes cómo para ocupar uno superior fervientemente deseado por el mencionado sujeto y eso, seguro, tenía relación con el proceso electoral que se estaba llevando a cabo.
Algo de ello salió a la luz aquella clara mañana de mayo, cuando ya había algunos árboles en flor, aportando, si cabía, más belleza al claustro. Se encontró a Julián colgado bajo uno de ellos. Qué espanto! Un joven tan apuesto, tan preparado, siempre dispuesto a llevar los recados de mensajería interna. “Desaprovechado” pensó Paco. Tuvo que vararle, se hubiera ido de la lengua, tan joven y apasionado, y a la vez, tan estricto con sus rezos, con sus obligaciones. En cuanto al resultado de las elecciones, Dios diría…
© ELENA
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