dimarts, 10 de març del 2009

¿QUÉ PUEDO SER DE MAYOR?

- Papá, ¿qué puedo ser de mayor sin tener que ir a la universidad?
Acabo de recibir una bomba emocional y me ha estallado en el pecho. Me siento como si el universo se hubiera detenido de repente y al frenar me hubiera estrellado contra un muro de cemento a toda velocidad. Me detengo un momento antes de contestar. Quisiera decirle algo que le ayude, que le motive. Algo así como: “Serás lo que tú quieras”. Pero no es tan sencillo. Aunque es cierto. Será lo que él quiera, pero puede que tenga que renunciar a sus expectativas en alguna ocasión. En el fondo solo teme no estar a la altura de las expectativas de los profesores. Lleva tanto tiempo sufriendo la incomprensión de sus profesores… Claro, también tiene que hacer frente a la exigencia de su padre. Y a la propia.
En esta carrera de fondo que iniciamos juntos (ojalá la hubiéramos iniciado antes), las exigencias personales son solo algunos de los muchos obstáculos que encontraremos. Porque míos serán sus éxitos y fracasos y mías serán sus lágrimas y decepciones.
La tarde se había presentado con negros nubarrones y cargando el ambiente de iones negativos que sobrevuelan mi cabeza.

Estoy nervioso. Una vez más llego tarde al Centro Psicopedagógico para las sesiones semanales con mi hijo. Y para colmo se ha fundido la lámpara izquierda del coche y no se ve bien la carretera. Temo que una patrulla de los Mossos me detenga por no cambiar la lámpara pero lo cierto es que no sé cambiar la bombilla ni tengo de repuesto. Lo he intentado pero no soy capaz de meter mi mano en el hueco del capó para sacar la bombilla, así que, y a pesar de la poca visibilidad, tengo que apresurarme.
Cuando aparco en la puerta de casa mi mujer llega en su coche con mi hijo.
- No pares el motor, que me llevo tu coche
- Estoy agotada. Tu hijo me tiene loca. Parece que le den cuerda.
Pienso que exagera. Como siempre. O puede que esté nerviosa por algo que no me quiere contar o no quiere reconocer y le echa la culpa al niño. Salgo a la carrera. El motor me proporciona buenas sensaciones. De fuera entra un olor a caucho quemado. Es el coche que me precede, que debe haber forzado el embrague. La noche nos envuelve como la boca del lobo. De fondo la retahíla de mi hijo empieza a penetrar en mi mente poco a poco, sin posibilidad de huir.
- Papá, ¿cuántos años tiene el coche?.
- Unos ocho años, hijo.
- ¿No quieres cambiarlo? Si tuvieras mucho dinero ¿te lo cambiarías?
- Claro.
- ¿Los coches eléctricos tienen muchos voltios? ¿Sería suficiente para matar a un pollo? ¿Tú crees que si le dan un corrientazo a un pollo con un millón de voltios quedaría fritito? Eh, papá.
Yo sí que estoy frito. No me da respiro. ¿Qué dice la radio? Vaya no he podido oír bien la noticia. Le diría que se callara un rato, me siento invadido hasta en los pensamientos, como si una onda destructiva pasara poco a poco por encima de mi mente arrasándolo todo, llevándose consigo hasta los sonidos que me llegan desde el exterior.
- La tía “Poli” ya lo tiene muy mal para casarse. Y para tener hijos ya es imposible.
La tía “Poli” realmente se llama Luisa. Pobre, a su edad, 61 años, no tiene ninguna posibilidad, pero desisto de defenderla del ataque de la marabunta. Ya llegamos.

Después de la sesión recibimos el diagnóstico. Las nubes se disipan y una luna intensamente plateada ilumina nuestros corazones. En casa y junto a su madre le doy la noticia.
- Hijo, ya tenemos los resultados. Tienes dislexia. Por eso te cuesta tanto concentrarte en clase, recordar las lecciones y leer con fluidez.
Dos ópalos negros nos escrutan. No le dejo sufrir ni un instante más y continúo.
- Estamos muy contentos porque ahora sabemos la ayuda que necesitas para superar tus dificultades. En el test de inteligencia has sacado una puntuación muy alta y si no fuera por la dislexia el resultado hubiera sido mucho mejor.
- ¡Uf, menos mal, no soy tonto!
Un suspiro que surge de sus entrañas, empujado por la ira contenida durante días y días, y alimentado por la frustración acumulada de años, nos aclara sin ningún tipo de dudas que se ha liberado de un gran peso. Su amplia sonrisa rubrica sus palabras y me hace sentir que he derribado los molinos que confundí con gigantes. Aunque sé que la lucha en su defensa no se ha acabado, percibo que ahora el viento sopla de cara. Infla con fuerza e ilusión mis velas y me lleva en volandas.
- Papá, ¿qué puedo ser de mayor sin tener que ir a la universidad?
Con la mayor naturalidad posible, como cuando aspiras el olor tierra mojada después de una tormenta y no pides permiso a nadie, le ofrezco la mirada más convincente que poseo.
- Puedes ser muchas cosas; serás lo que tú quieras, pero tendrás que estudiar, aunque no vayas a la universidad.

© MIQUEL

3 comentaris:

mia ha dit...

Això és ser pare?
M’agrada molt aquest nen...
M’ha agradat molt, molt...

Raelix ha dit...

Aquest nen serà -per sobre de totes les coses- una magnífica persona. Això és el que passa quan plantes un arbre i el regues, i el mimes, i vas traient-li les fulles seques que queden petites a mesura que creix, i li ensenyes com a de seguir el seu sol.
Sou uns magnífics jardiners.
N'estic orgullós de tenir-vos com amics.

Sònia ha dit...

A mi també m'ha "tocat" aquest relat..., quan tens fills l'escala de valors pren una nova forma, penso.