dilluns, 16 de febrer del 2009

DEMASIADO TARDE

Creo que ha llegado la hora de contar lo que sucedió. Un nudo de angustia oprime mi garganta y mi corazón se encoge de dolor al rememorar el pasado.
Todavía no entiendo cómo no nos dimos cuenta de lo que pasaba por la cabeza de Jonathan, nuestro hijo pequeño. Él adoraba a sus hermanos… bueno hermanastros. Yo tenía una hija, Jessica, de mi anterior relación sentimental y mi actual marido también tenía un hijo, David, con su ex esposa. A pesar de haber sido padres ambos, decidimos intentarlo de nuevo. Decíamos que era una buena manera de demostrar al mundo lo que nos queríamos. Ahora pienso que no teníamos que demostrar nada a nadie. Aunque tampoco me arrepiento de haber tenido a Jonathan…. ¡Nos dio tantas alegrías! ¡Y tantos disgustos!
Siempre fue un poco conflictivo. Ya en la guardería solía pegar y morder a los otros niños. Nosotros le quitábamos importancia: “Sólo es un chiquillo, cuando crezca ya no lo hará.” Lo cierto es que creció y dejó de pegar…. pero empezó a encerrarse en sí mismo. Apenas hablaba. Solía pasarse la mayor parte de las horas de colegio llorando y gritando mi nombre. Decían que era un malcriado. Un niño mimado. No, no lo era. Yo le di lo mismo que a mi hija. Aunque sí es cierto que él me exigía mayor atención que la niña. Lo peor eran los fines de semana que sus hermanos tenían que irse con sus padres. Cuando Jessica y David salían por la puerta de nuestro piso, Jonathan también quería irse con ellos. Yo pensaba que les echaba de menos. Que no quería separarse de su lado. Me equivoqué. Pero lo supe demasiado tarde…
Visitamos a varios psicólogos intentando descubrir el por qué del carácter de Jonathan. Todos decían lo mismo: “Es la edad. No quiere separarse de usted que es su madre y de ahí los lloros y las pataletas en el colegio. En cuanto a las rabietas por la marcha de sus hermanos, son debidas a que en su interior surge la angustia de no volver a verlos.” Mentiras. Todo mentiras. ¡Menudos idiotas los psicólogos! El dineral que invertimos en ellos y total ¿para qué? ¡Para nada! Jonathan fue creciendo a la vez que crecían sus problemas de adaptación y sociabilidad. Tenía cambios de humor bruscos. Ahora venía y me besaba y abrazaba y me decía cuánto me quería. A los pocos minutos cogía un vaso o un plato y lo estampaba contra el suelo. Reconozco que llegué a tener miedo. ¡Debí de haberle contado todas estas cosas a mi marido! Pero no lo hice y ahora… ahora es demasiado tarde. Ya no está conmigo…
No, no está conmigo por culpa de Jonathan. Un día Jonathan llegó tarde a casa. Dijo que se había encontrado a unos “colegas” y se habían ido a tomar una “birras”. Menudo lenguaje tenía… Su padre le regañó. Le dijo que el fin de semana estaba castigado. Y que si no cambiaba de actitud y se dedicaba más a los estudios tendría que tomar otras medidas. Tenía 16 años. Jonathan…. Mi Jonathan… mi chiquitín… Comenzaron a discutir y lo que pasó luego apenas lo recuerdo con claridad.
Una pelea. Bofetadas. Objetos volando por la casa. Y luego… Corrieron a la cocina. Los platos se rompían. Los vasos se estrellaban contra el suelo. Yo también corrí hacia la cocina. Quería frenarlos. Parar ese descontrol. Pero no sabía cómo hacerlo. Me abalancé sobre Jonathan. Mi Jonathan… mi chiquitín. Luego… El forcejeo. La lucha. Y el pinchazo. El fuerte pinchazo que sentí en la espalda. Giré la cabeza y lo vi. Vi el cuchillo en la mano ensangrentada de Jonathan. Vi su rostro desencajado. Vi lágrimas en sus ojos. Y entonces sentí dolor. Mucho dolor. Y el mundo dando vueltas a mí alrededor. Y la caída. La caída sobre el frío suelo de la cocina…
Creo que ellos siguieron peleando. Discutiendo. Lo último que quedó grabado en mi mente fue su desplome. Recuerdo haber gritado. Aullado. Pedir auxilio. Pero sin suerte. Creo que incluso me arrastré buscando un teléfono. Y entonces los vi, a Jessica, a David… Habían regresado a casa. Les oí gritar. Jessica chillaba. David… David… Creo que fue David quién llamó a la policía. No recuerdo. Mi mente se nubló por completo y la conciencia me abandonó…
Desperté en el hospital. Pregunté por Jonathan. Por mi marido. Pero nadie me respondía. Hasta que vino el médico y me lo contó. Me contó lo sucedido. Mi marido muerto. Jonathan muerto. Y yo… Yo parapléjica para el resto de mi vida. Aunque… ¿Qué vida me esperaba? Sin mi marido. Sin mi hijo.
Han pasado nueve meses desde que todo ocurrió. Y ahora creo entender qué pasó. Encontré un diario de Jonathan. ¡Qué poco conocía a mi hijo! ¡Ni siquiera sabía que escribía un diario! Hablaba de mí. De su padre. Y de sus hermanos. Y de la suerte que ellos tenían por poseer dos familias. Dos padres. Dos madres. Doble cariño. Doble vivienda. Todo doble…
No entiendo por qué nunca nos contó sus sentimientos. Quizás no se sintió querido. Quizás necesitaba más cariño, más amor. Y nosotros no supimos dárselo. Yo no supe dárselo. Por eso quería otra familia. Otro padre. Otra madre. Aunque eso ahora no importa demasiado. No está conmigo. Ni su padre tampoco. Estoy sola. Condenada a terminar mis días en esta asquerosa silla de ruedas. Sin ellos. Sin su cariño. Y todo por culpa de conocer su pena, su dolor, demasiado tarde…

© DOLORS

1 comentari:

BECKETT ha dit...

Es nota que t´agrada el trhiller com a gènere, ho vius i per això també ho saps trasmetre al lector. Dos coses molt importants per un escriptor.